domingo, 14 de octubre de 2018

Andando por la vida


ANDANDO POR LA VIDA

Mi vida… a veces es como ese paisaje que se plasma en mi retina. Es tan largo, solitario, recto y árido como el camino que cruza una estepa. Un camino jalonado de escasos y solitarios árboles reclamando la amistad de los otros árboles que están a tiro de piedra y que podrían formar en sus sueños un gran bosque de alcornocales, cubriendo de una maravillosa alfombra el erial de mi vida. Muchas veces me veo como esa tartana que transita lenta por el tórrido y polvoriento camino –cambiar la foto-; que si hay suerte… y sopla una brisa que a mi paso va desplazando el polvo que levantan mis pies como si de mí sombra se tratase. Una tartana, que a veces ronquetea, porque su motor ya no es nuevo, sino, que está cansado, gastado… y alguna piezas empiezan a dar los problemas correspondientes con la edad de su funcionamiento…  A veces falla el engrase, e incluso tiene un problema de ajuste de válvulas… Es lo que tiene la edad, nos hace viajar por lugares tan solitarios que hasta dan pena al desamparo o a la misma tristeza.
Hay muchos días, de las tantas veces que cruzaba por estos andurriales, que la luz que me rodeaba –como un halo- tenía una intensidad de brillo… la cual, convertía el azul del cielo en un gris tan plomizo, que sin gafas no era capaz ni de mirarlo; tan gris, que la tierra perdía ese color terroso, ese color ocre haciéndose uniforme o ese color verde incipiente a los pies de los escasos árboles… que provocan en mi una extraña sensación de sed.
En mis viajes por estos caminos… a veces me cruzaba o me acompañaba de otra tartana, o una flamante berlina… ¡cómo! me gustaban esas escasas ráfagas de contacto.

Mientras hacemos nuestro viaje, no se deja de recordar el pueblo. El lugar por definir donde se pasa la mayor parte de la vida… de una forma u otra; es el refugio del viajero sempiterno.
En fin, todos salimos de él para andar por esos caminos… y al final, el pueblo no deja de ser mas que un holograma ficticio y de acorde a nuestros ideales creados por nuestros propios recuerdos; sin embargo, hay cosas tangibles de ellos que ya estaban y que estarán cuando nosotros hayamos parado -con nuestro abandono- de dejarle nuestra huella.
Hay algo de lo que casi nunca se menciona o se recuerda poco en este viaje, y que casi por imperativo legal de nuestro recuerdo nos olvidamos de los nombres… aunque a veces no de sus rostros. Hay esas grandes excepciones que son nuestra propia familia; aunque a veces es mejor no dejarnos acompañar por alguno de ellos.

Celada




lunes, 24 de noviembre de 2014

Encuentro

ENCUENTRO

     Después de tanto tiempo rodando por varias ciudades, recalé de nuevo en el lugar donde de joven lo pasé tan maravillosamente –Zaragoza–, donde conocí la diversión. Otra forma de vivir y disfrutar la vida. También conocí el amor más intenso y como contraposición el gran dolor del adiós. Descubrí el ser hombre, abandonar la adolescencia, y conocer los secretos de la juventud.
     Todos estos recuerdos se agolpaban uno detrás de otro; y sin darme cuenta había recorrido esos mismos lugares por donde antes paseábamos juntos. Protegido, por mi abrigo y bufanda, del frío que me rodeaba… acabé con la mirada en el suelo, y levantando con los pies las macilentas hojas de los árboles que conformaban un suave y crujiente manto por el que nos deslizábamos los paseantes del parque. Así iban pasando los minutos hasta, que un griterío bullicioso de niños me sacó de mis ensoñaciones. Quizás fue en ese preciso momento, cuando algo hizo dar un terrible vuelco en mí corazón y, la curiosidad me atrajo hacia el lugar desde donde partían las vocecillas. Llegué de puntillas hasta detrás de unos setos, y apoyándome en una vieja sabina… Quizás, conocedora de tantas historias de amor y de juegos infantiles, de verlos crecer y traer sus propios hijos a cobijarles en su sombra. Empecé a observar a los niños en sus juegos y risas, me reía con ellos para mis adentros – mas, algo me turbaba – y fue en ese preciso instante ¡Cuándo...!. Se me embargó y llenó de ahogo la garganta y el corazón al descubrir a... ¡Aquél niño! Si, ¿era yo? Mi retrato, mas ¿cómo era posible? Si entre él y yo había veinticinco años de diferencia, ¿podría ser qué...? Es más, debería ser, sino…, podría volverme loco. Sucedió de todos modos, al aparecer “Ella” y llamarle... «Hijo». Cómo pudo tenerlo sola, dejarme en la sombra y en la ignorancia. Si yo la amaba... ¡No! ¡Aún la amo!
Yo, mientras tanto, desde el retirado y seguro rincón, les contemplaba abrazarse, reír y jugar juntos, mas sobre todo, miraba como ella – embelesada – le contemplaba y le besaba en los carrillos. A la vez, yo notaba en los míos esos mismos besos, y ese suave calor que me transportaba a otra época en el mismo lugar y con la misma mujer. Por fin, me decidí a salir del rincón donde estaba y avancé con paso presto por el miedo a que escapasen otra vez de mí vida - como el agua escapa entre los dedos –, llegué a su altura, y sin decir nada... nuestras miradas se cruzaron y juntas fueron a confluir en el niño, que absorto nos contemplaba sin saber ¿el porqué? Pero... Sí sabía que él era el centro del mundo en esos momentos. La única palabra que atiné a articular fue ¿por...? Ella, como en un susurro – dijo - ¡perdóname! Te quería tanto qué...  ¡Calla! - ¡La supliqué! – Me acerqué más a ella, rodeé su cintura con mis brazos y con fuerza la besé en la boca.
El niño mudo espectador de algo que no comprendía, callaba, y ella se dejaba hacer; tras un largo rato así, la tomé de la mano y sin forzarla comencé a llevarla; me giré... miré al niño, le dije  ¡Vamos! Y sin mediar palabra alguna nos encaminamos a casa para comenzar el nuevo futuro que nos esperaba. El niño, retozaba con sus graciosos juegos a nuestro alrededor.
Mientras caminábamos hacia el futuro, volví a mirar hacia abajo y… entonces comencé a percibir un cierto zumbido que se iba acercando cuanto más andábamos, hasta que en un momento determinado, fue tal el sonido, que me despertó ¿Luego? Estaba dormido. No, porque abrí los ojos y ella estaba a mi lado, me fijé  mejor, y entre ella y yo estaba el niño. ¡Murmuré...! ¡seguid durmiendo! Solamente ha sido un bonito sueño… con un mejor final.

Valencia 23/02/07. Celada.


viernes, 21 de noviembre de 2014

El retrato

EL RETRATO


El edificio donde vivo tiene sobre la azotea, un piso a modo de una buhardilla, y desde hace mucho tiempo nadie la habita; En ella, se han ido acumulando objetos más o menos validos o valiosos para sus dueños. Hace un año se ordenó vaciarla, mas nadie hizo caso, bien porque ya no vivían, o porque habían olvidado los objetos allí depositados.  Con el tiempo, llegué a ser el presidente de la comunidad y disponer de las llaves, claro, sucedió lo adecuado en estos casos de curiosidad, cogí las llaves, ascendí por las escaleras al piso, abrí la puerta y, en ese momento, me sentí como Alicia descubriendo el país de las maravillas. Entré en el piso, la luz  penetraba escasa por las rendijas de las desvencijadas persianas de madera; Acostumbrado a esa semi-penumbra, di los primeros pasos por las habitaciones y los recuerdos allí depositados y amontonados  –cada uno tiene su valor- y cada habitación parecía haber sido escogida como a posta. Elegí una a una cada habitación con un orden no establecido para recrearme en lo encontrado e imaginar mil y una historia allí encerradas; En la primera que entré había muebles –un antiguo caballete de pintor- , cuadros, etc... Pasé a la segunda habitación en la que había: Algunas cajas y maletas con ropas y algunos aparatos: Una “Singer” antigua, una grabadora Alemana de cintas, un proyector de 8mm. Etc... Y por fin, llegué a la tercera y última –fue allí- donde encontré, quizás, lo más valioso: libros, postales de amor fraterno y nostalgia llegadas desde lejos, mas con la emoción, al mover todo aquel mundo pasado descubrí que un retrato llamaba mi atención.
Reajustemos el comienzo de la historia: Tras pasear en la semi-oscuridad, llegué a la habitación del fondo –la tercera- quedándome atónito ante los tesoros que veía, algunos óleos, y muchos libros de: Literatura, novela, de estudio, etc... Me quedé absorto allí, sentado en un taburete desde el cual comencé a bucear en aquel maremágnum de palabras escritas, estaba pasando las hojas con efecto de abanico para recibir el aroma del tiempo, de la tinta en el papel y... ¡zas! Una foto resbaló  del interior de ese libro, lo cogí y era un retrato de una chica. El retrato estaba en perfecto estado de conservación, era en blanco y negro con un toque de color. El motivo central es una niña, está repeinada con su flequillo perfectamente alineado, y con dos coletas milimétricas. Sus enormes ojos me miran un poco burlones, pareciendo querer penetrar en el fondo de los míos, su boca les acompaña en el mohín. Sus manos descansan sobre el saber que contiene un vetusto y azafranado libro; delante y flanqueándolo… están un cuaderno, y  un plumier de madera. Le da a la foto el toque aséptico de una perfecta estudiosa –me consta que lo fue-. Sobre su cabeza, cual corona, tres cuadros formando un tríptico: El buen pastor, y a cada extremo dos marinas. Es curioso, cuanto más miro ese retrato, su mirada penetra más en mi interior haciendo que me enamore de ella, de un sueño, de un recuerdo, de algo tan intangible como intangibles son los sueños, por lo cual pienso que este retrato es un sueño aún siendo tangible.
Al final el ordenante mandó unos obreros para llevar acabo la limpieza y ahí, en ese mismo momento, los sueños se esfumaron con la realidad.

Celada.

Tontunas


DICHA


D

esde este trono diviso mi reino  y  a sus gentes con sus ir y devenir. Y cómo el tiempo nos afecta por igual sin medrar en la condición de cada cual. Hoy por dicha mal dicha, y de este hecho, yo escribo la dicha en este pergamino, al momento hecho, en esta fecha, la dicha con nuestra mejor dicha, y dejo esto que hago  pues no veo más que halago de mi dicha a tal dicha –dicho sea de paso-… Hasta luego.

I PARTE


Do aqueste entronamento, oteo mi  regnum et nos fidelis vasallorum malandrines me cansinan con su ire y devenire. Et como el tempus fugit a nos, nos afecta por ídem, penseme  en medrar la condición de ca cual.

En el día de hoy por dicha, mal dicha et de aquestas datas escribo la dicha en aqueste pergaminus. Al momento facido en aquesta data la dicha con nosas mexores dichas, et aquesto dejo que fago, maíx non veo maíx que afalaga de la mia dicha ante tal dicha.
En Regnuorum de Valentia a veinte et ocho de Abríl del agnus gratia  Deí de MVI.

II PARTE


De mi anterior dicho no me desdigo ni hago contradicho, pues a lo hecho... ¡Pecho! Sigo desde el anterior dicho aquí asentado, abriendo poros, cerebros y esfínteres para un buen desahogo interior, y poder tener mejor relación de lo visto y aprendido, de lo comido y absorbido.

Celada 

Relatos en la Albufera

Relato en la Albufera

“… Aquí, en su tiempo, en la Albufera se fraguaba algo más. Aquí, se reparaban sobre el mismo lugar de laboreo las hoces que, en sus tiempos servían de herramientas y, en otros momentos, de armas con las que ajustar cuentas atrasadas…”. “Así de sombrío comenzaba el relato de un retirado arrocero de la Albufera. Ya desde la infancia, hundía sus pequeños pies descalzos en el fangoso lecho de estos arrozales, eran tiempos duros”.
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 […]  Me cuenta que, una vez, siendo él algo más alto que los tallos del arroz espigado; oyó voces encendidas, y casi reptando entre las espigas para pasar desapercibido, llegó hasta el lugar donde los hombres pujaban tercamente, como dos carneros que son incapaces a retroceder ni un palmo.
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[…] Debido a tal griterío, otros arroceros se fueron acercando al tumulto con el fin de evitar que la cosa llegara a mayores, y la sangre pudiera tintar el hoy verde arrozal. Bufando, ambos cedieron, o eso al menos le parecía a los presentes… aunque, cuando se habían alejado lo suficiente, volvieron a girarse en un sincronismo que, a los demás no les tenía que haber pasado desapercibido.
Él, seguía apretujado contra el fangoso lecho, casi mimetizado por las manchas de agua embarrada y… escuchó los improperios y amenazas que, entre labios iba escupiendo el tiet Mascaró contra el Alfredo y los suyos; cuando todos habían abandonado la zona, él seguía haciendo olitas en el agua y agitando las espigas debido al temblor de su cuerpo.
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[…] Así pues, pasado el tiempo, pero tampoco tanto; un atardecer en el que estaba tendido en el verde caballón del margen, contemplando como la luz de la luna comenzaba a tornar el dorado de las espigas, por un luminoso plateado; y entonces, escuchó —así me lo cuenta— un:
—Ya estamos aquí de nuevo…
—Cierto…
—Pues a lo que vinimos… respondió el otro.
Él, aún no había reconocido las voces, pues se hablaban tan cerca y tan próximas sus bocas que, más que oír palabras, les oía mascullarlas y cuchichearlas. Al fijarme en sus siluetas recortándose contra el plateado mar de la Albufera, observó la rigidez de sus cuerpos, de sus brazos, y como si de sus dedos surgiesen cual apéndices, dos prolongaciones curvadas… eran las hoces; entonces me di cuenta. Aquellas palabras masculladas entre dientes, saliva y mala baba aquel día junto a mí… no iban a ser en balde ¡Al final!, se iban a teñir de sangre las ahora plateadas espigas y, nadie… nadie iba a poderlo evitar —así, que él seguía tumbado para no ser visto como la vez anterior—.
… Al grito de: ¡Malparit!, por parte de uno de ellos, y de ¡Lladre!, por parte del otro… Fue la señal, para que ambos brazos armados se levantasen por encima de sus respectivas cabezas, e intentar dar el cop de gràcia definitiu al contrario. La luna iluminó, por un instante, los aún virginales filos en ese momento, luego… describiendo un perfecto círculo de muerte; rasgaron  e hicieron jirones una y otra vez el silencio y la noche. —Así me lo cuenta— Mientras él seguía con la espalda pegada al caballón del margen. No sólo fueron rasgados y jironados el silencio y la noche, si no, también sufrieron ese efecto las ropas y alguna que otra rasgadura, la piel de los contrincantes.
Los dos adversarios, seguían lanzando, parando y esquivando golpes mortales… seguían a lo suyo en medio de los chapoteos y las salpicaduras, que junto con las gotas de sangre derramadas, habían empapado y teñido de otros colores ajenos a los suyos, sus camisas, fajas y «zaragüelles»… las calcetas y espardeñas, hacía rato que no se les veían o distinguían… pero ellos seguían a lo suyo, aunque de vez en cuando parecía que se ralentizaban… como si tomasen un respiro, mas sólo era eso… un ligero respiro. Es en éste punto —cuando ellos enfrascados y rodeados de una aureola proporcionada por la luna, como ese foco que ilumina a los púgiles en el ring—; la aldea, un poco lejana y recortada contra la oscuridad de la noche por las luces de sus tres calles y de las casas. Es ahí, donde mi narrador cesa bruscamente su relato para darnos un respiro.
…….....
Aprovechando unas vacaciones por el Mediterráneo, y concretamente en Valencia para descansar el cuerpo, y poder recuperar mi inspiración perdida. Los días pasan entre paseos por sus playas con sus luces del amanecer y atardecer, por sus jardines,  lugares y rincones con historia, que Valencia muestra a sus visitantes. Por  supuesto y ¡Cómo no!, disfrutar de esta gastronomía que me y nos ofrece.
Ya son varios días en los que me muevo por esta tierra buscando algo que llevar al papel. En uno de los desplazamiento por la tierra del arroz y, más concreto en Sueca, tras «esmorzar» y mientras me deleitaba con un café “tocat” de coñac, mantenía una «xerradeta» con «gent que havien» sido “llauradores”; el fin era buscar información o nuevos temas… Pude, a través de la ventana del bar, observar una cercana y pequeña placeta, con un naranjo en su centro como si fuera un gran monumento dedicado a alguien… también vi sus tres bancos —para reposar los viandantes, peatones o vecinos de portales adyacentes—, que dibujaban una especie de corona a su en rededor. En uno de ellos, me llamó la atención la presencia de un hombre, con la sensación de ser mayor de lo que su aspecto aparentaba. Narraba, a quien se acercaba y quisiera escuchar sus relatos… ya fueran niños, curiosos, o vecinos mientras toman el sol. Tuve la intuición de que ahí podría estar mi nuevo libro. Tras varios días observándole… Y conociéndole en su rutina… pensé, que un día me sentaría a su lado a escuchar sus historias, o vivencias; para ver cuál es su temática, bien por si fueran ficticias o reales, o simplemente eran una mezcla de ambas.
Al tercer día, y tras una noche de dudas y cavilaciones, amanecí decidido a iniciar mi libro, claro está, si el narrador me aceptaba como oyente. Así que ese día –decidido- fui directamente a donde sabía que podía encontrarle… y efectivamente, ahí estaba ya en su banco, con un caliqueño pendiente de sus labios, su sombrero de paja —de un amarillo mortecino—, con su ala medio caída hacia el rostro, por el tiempo y el uso que, le había hecho perder su rigidez; y con una mirada entre perdida y gozosa, quizás por tener un nuevo oyente dispuesto a escuchar todas y cada una de sus historias almacenadas en su cabeza.  
Así, durante unas semanas… día a día, y tras el ritual del almuerzo y el tocat, de esos pasos hacia su lado en el banco; de sacar mi bloc de notas, o mi grabadora… estaba enganchado como los chicos a las chucherías. El tiempo, ningún día fue el mismo, pero el calor y la humedad eran invariables. Por las noches en mi cuarto, entre tantas notas… y mientras intentaba ordenar los apuntes, que tan aprisa tomo, ya que él… habla, como si estuviera hablando con esos amigos de siempre; saltando de tema en tema. Al final, acabo rendido y casi sin poder acostarme en la cama… Un día descubrí, que tenía suficientes apuntes como para escribir mi libro, me embargaba una tímida sonrisa –como la Gioconda- enigmática.
 98 Tras el punto y final, acabé de trascribir el relato que día a día, o a ratos perdidos durante un par de semanas, me fue proporcionando el Sr. Fuster. Cerré mi libreta y,  mientras hacía esto, traté de ponerle cara —sí, un rostro— a esos comentarios. En un recuerdo que hice pormenorizado a todas las entrevistas, llegué a la conclusión que, sólo recordaba como el ala del sombrero de paja cubría su entrecejo y que, por más que lo intentase, sólo tenía vagas imágenes de él… pero donde destacaban sobre todo esos recuerdos eran los sabores proporcionados por el continuo chupar o mascar de los «Caliqueños» que se fumaba, por el humo blancuzco que exhalaba en cada calada… mientras degustaba su café «tocat» y la absenta. Recuerdo todo, menos su rostro, que al parecer nunca llegue a ver. Sí recuerdo sus manos, quemadas por el sol y la intemperie, y llena de estigmas por la curvada hoja de la hoz; las piernas, de las mismas formas y maneras que las manos… aunque los pies van embutidos en unas espardeñas de cáñamo o esparto, no sabría definirlo, y atada a la pierna con hilos del mismo material.
Ahora, en mi ciudad de alojamiento, me atraen recuerdos de aquel verano. Aquella vida tan fácil, pero sacrificada a la vez, pero tan llena de historias para contar y que os iré relatando. Tras algún viaje posterior al lugar de las narraciones… busqué, pero me fue imposible y ya nadie supo darme razón de aquel narrador oral como los de antes, me dio pena, me hubiera gustado saludarle una vez más.
 Celada
Juan Carlos celada diez.


Despedidas II y III

DESPEDIDA II


            Tus palabras resonaban con fuerza en mi cabeza, mis pies seguían clavados en el suelo incapaces de seguirte, perdí la noción de lo que me rodeaba, y solo cuando las lágrimas rodaban por mi rostro, recobré la conciencia; Ya era demasiado tarde para todo. Té perdí. Me perdiste. De mí, sé mi destino, y de ti poco sé... ¡Vamos, nada!



DESPEDIDA III



Tus palabras resonaban con fuerza en mi cabeza, mis pies seguían clavados en el suelo incapaces de seguirte, perdí la noción de lo que me rodeaba, y solo cuando las lágrimas rodaban por mi rostro, recobré la conciencia, y ya era demasiado tarde para todo; te perdí, me perdiste. Durante un tiempo te seguí y te supliqué, si tú hubieras querido, todo habría sido diferente, y sin embargo hoy de todo aquello solo me quedan recuerdos –la mayoría…  bonitos– y una asignatura pendiente.


Celada 

Destino


DESTINO

[...] Cuando nos ponemos en camino por primera vez, sabemos que llegaremos cada uno a  nuestra meta sea cual sea, mas cada uno deberá  elegir su propio camino, elegir bien el equipaje a transportar, y lo más importante la compañía que hará con nosotros parcial o totalmente el camino. Yo ya he recorrido una gran parte de mi camino, y la verdad, es que no ha sido siempre el mismo. Hubo tramos en los que mi sendero era estrecho y vericueto, pero mullido. Otros tramos parecían autovías, pero estaban asfaltados y el piso era duro, además estaban demasiado señalizados, y con muchas  salidas e incorporaciones. Mi equipaje, era cada vez más extenso, y sigue creciendo a cada paso que doy aún así, su carga es liviana y llevadera.

Celada

Señora

SEÑORA

     Querida Señora:
Hace mucho tiempo que nuestros caminos tomaron direcciones opuestas por motivos desconocidos. Ahora con el tiempo en mis espaldas y el conocimiento debido; me doy cuenta de mi torpeza al quedarme parado, e inerme en aquella calle de nuestro adiós. Debí recoger mi sangre, mi autoestima y las lágrimas que por ti derramé en aquellos momentos, y seguir conquistándote de un modo más adulto.

Celada 

viernes, 14 de junio de 2013

Saudade

Saudade


A mi me gusta más pensar, que con el tiempo pasado y a punto de cumplir; la mujer, otrora niña, vendría aquí porque es el punto desde donde sus seres queridos -que a través de ese mar, que ahora observa, emigraban- podrían verla más tiempo. Quizás, un pequeño pañuelo blanco –bordado por la abuela- sirviera de bandera de señales con Ellos. Al final, el barco solo es visible por su popa, y en ambos extremos... una última mirada, un último flamear de pañuelos y, por qué no, unas lágrimas que deslizándose por las mejillas dejarían al unísono un mismo sabor amargo y salado en las comisuras de los labios. Quizás cada día sube aquí, por ver si ese barco, hoy, se le puede divisar la proa... queda tan poco, y el paso es tan rápido que...

A Pilar

Celada.

El tiempo

El Tiempo
El tiempo pasa, pasa sin pasar, y sin embargo ahí quedan las huellas tangibles del paso del tiempo. Mis recuerdos, mis cicatrices, y mis anhelos; en definitiva… mi vida. Cumplimos, y cumplen años, luego el tiempo sigue gastando las reservas de nuestra vida.
Juancar


Juancar

Un viaje en compañía, buena compañía

Un viaje en compañía

Llevaba un rato andando por esta carretera de lineas y formas irregulares, encajada entre pretiles de piedra, era incapaz de ver en ella ni un asomo de linea recta, una carretera con dos destinos. Llevaba, así pues, un rato pisando el mismo suelo empedrado de adoquines, los cuales estaban cubiertos de una escasa capa de brea negra-grisácea y con alguna ampollas por el calor. Algo que simulaban lineas amarilluscas quemadas por el sol, las heladas, bueno la intemperie, que les confería una textura un poco rasposa al tacto con los dedos; la dividían en tres o cuatro partes, dependiendo de…
Tras pasar ese rato cuantificable en kilómetros, en los que me crucé con algún vehículo, escasos fueron, y mientras tanto disfrutaba de mis pensamientos, de mis latidos sonando como un tambor, de la garganta tragando la secura de mi boca por el calor y la poca humedad que me rodeaba, y cuando todos estos sonidos amainaban, era debido: al trinar, al criquear de los grillos y las chicharras en los árboles, al suave murmullo de los chopos o los mimbres movidos por el aura, que de vez en cuando nos rodeaba en un tenue abrazo, excepto en los momentos en que el paralelo riachuelo, escaso de agua y que nos deja ver su pedregoso fondo, pasa rayano con ella y, es entonces, que los sonidos son los de las cantarinas aguas de su escaso caudal rebotando contra los cantos de su lecho. Aprovecho tal espectáculo  para disfrutar de esa sinfonía de sonidos, observando la cambiante pantalla del cielo.
Busqué un apoyo en el cual reposar de mi cansancio. Encontré un pretil idóneo, estaba bañado por el sol y la sombra y no pasaba nadie ni nada. Me acerqué. Me senté. Ya Llevaba un largo rato sentado en el pretil, descansando con los brazos apoyados hacia atrás y los ojos cerrados, meditaba sobre el cómo había llegado hasta este punto de la carretera y de mi viaje, y de lo tranquilo que era ese lugar.
En un momento dado, retomo mi camino interrumpido, y vuelvo a pisar esa rara alfombra que ante mi se va desenrollando. Soy feliz, mas estoy solo en el viaje. Mientras continúo mi andar, hay un sonido que a veces se hace más audible y a veces más difuso… parece que es el traqueteo de un vehículo, o más bien de algo más grande; en esas sigo, y el vehículo se va haciendo más grande, más cercano, más audible y más visible la polvareda del camino que a su paso levanta… Cuando ya era visible para mi, descubrí el colorido microbús que se acercaba por mi espalda; su bocina me avisaba que se aproximaba más y ahora sí que percibía el jolgorio que de su interior salía. A mi altura, el conductor me hizo un gesto de saludo con la mano que llevaba refrescando fuera de la ventana. Volví mi rostro hacia el vehículo, y tras los cristales, el grupo de viajeros me observaba, era un encuentro de miradas en un camino por andar, los hombres saludaban, y las mujeres –más osadas- me animaban con ambas manos. Sonreí jocosamente  pues me agradaba lo que acababa de ver, pues pensé que se trataba de un grupo de amigos de la jarana y el bullicio. Al sobrepasarme, un cartel en el luna trasera del vehículo con la leyenda: “SOMOS GENTE GAM”… Yo seguía con mi mano en alto en una mezcla de adió, buen viaje, me alegro… Ellos, con sus brazos fuera de las ventana, me correspondían,  incluso algún pañuelo flameaba en el viento. ¡Suertudos…! -pensé- vais sobre ruedas. De repente, el intermitente indicó un próximo movimiento, las luces rojas de frenado se encendieron, destacando sobre la luz del día como destaca la luz de la luna en la noche. El vehículo cabeceo primero y luego se estabilizó. El motor cesó en su ronco traqueteo. La puerta trasera del vehículo se abrió, la escalerilla se extendió, y por la parte inferior vi unos pies femeninos que descendían del vehículo, ella salió tras la puerta mientras otros pies la seguían; así descendió una, dos, y por fin un hombre, los tres se me acercaban con una alegre y franca sonrisa de amistad… se presentaron y a la par me invitaron a seguir el viaje en su compañía; acepte, cómo no… trepé por las escaleras tras ellos, fue una enorme bienvenida general, un buen ambiente me rodeó y me hizo sentir cómodo. Qué distinto era ver el paisaje desde el interior de un vehículo y tras unos cristales, pero la compañía lo merecía.

Celada
13/06/2013

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Queridos Reyes Magos de Oriente


Queridos Reyes Magos de Oriente:

Mi nombre no os lo diré... ¿por qué? porque de sobra sabéis quién soy, ya que siempre os sobraba un regalo al acabar el día,... uno, con mi nombre; aún así no me buscasteis, os limitasteis simplemente a dejar pasar el tiempo.
Hoy, con el tiempo pasado, vuelvo a escribiros con la misma ilusión que se tiene cuando uno es niño; y os escribo porque quiero pediros un último regalo, no, no quiero aquellos ya dormidos y olvidados en el tiempo. Quiero que me regaléis mi niñez perdida. Quiero vivirla aunque sea ahora; tan lejos de hospitales infantiles, tan lejos de guerras sin sentido, y tan lejos de desastres... Quiero vivir mi infancia, sólo mi infancia, y disfrutar de las caricias de mi madre, y del cariño de los que me quieren.

Esta vez no se Os olvide mi regalo.

Un niño, que no lo fue.

PD.- Tendré todo preparado para recibiros: leche, miel, dátiles, y pastas... para vosotros; tendré también: follaje y agua para los camellos.

Yo, un niño.



lunes, 20 de febrero de 2012

Mi vida, y un viaje.

Mi vida, y un viaje a Madrid

El día amaneció algo tarde para mí y –pese al descanso- aún tenía marcado en mi cuerpo las tablas de los asientos de IIIª del tren y la ilusión del viaje de esa noche a Madrid –toda una aventura que ya Os narraré-. Pero ahora tengo prisa por vestirme y salir en busca de mis amigos hechos en otros viajes. Bajaba corriendo por las escaleras de madera, asiéndome a las barandas de hierro forjado –hubo momentos en que mis pies no pisaban peldaños- y con ese mismo empuje crucé el portalón y zás, en la calle. Allí, en la acera de enfrente, estaban mis amigos de correrías: Carmen y su hermano –noté algo raro al verlos-, y en cuatro pasos crucé el empedrado de la calle hasta donde estaban ellos; nos alegramos, pero no sé… aún algo me distraía, y no sabía el qué y el por qué. Él seguía con sus pantalones cortos con peto, sus alpargatas, calcetines caídos y su pelo picho rapado, las piernas llenas de cardenales y postillas, en eso me sacaba ventaja. Ella, la miraba igual: su pelo castaño –peinado- con las trenzas de siempre, sus grandes ojos claros, su babi con dos bultitos raros, la faldita plisada saliendo un poco por debajo del babi, sus francesitas y los eternos calcetines blancos. Volví sobre los bultitos, y cuando iba a… ella se percató y me lanzó un capón, yo me fui a por sus trenzas y al final acabamos los tres abrazados en mitad de la acera; ya con la algarabía montada, salimos zumbando calle abajo en busca de otros niños del barrio que nos hicieran olvidar nuestras trifulcas; mas… esos dos bultitos insidiosos, sabía que me iban a dar problemas.
Pero eso ya es otra historia que Os contaré.

Celada   

viernes, 30 de septiembre de 2011

GORDÓN Y ALMANZOR, HISTORIA DE UNA HISTORIA

Gordón y Almanzor, historia de una historia

Aunque los tiempos eran convulsos, realmente esta vieja piel de toro, era una piel básicamente tribal, por lo cual la vida era convulsa en sí misma. Bastaba una linde mal puesta, una ofensa, un terreno más fértil, una vaca que pastaba en el lugar incorrecto por error del pastor… y ya estaba montada la de dios en cristo. Aprovechando este dislate, un estratega cruzó el estrecho desde África, pisó la playa, y se dio cuenta del potencial que tenía esta piel toro, y que los reyezuelos Visigodos ambiciosos de poder no se habían percatado de ello.
Así pues, el estratega, Al-Mansur –Almanzor para el resto- que huía del vacío, del paro y la miseria de su tierra. Recaló en esta costa, en estas playas llenas de luz, en ese mar plateado, aquí probó los frutos de la mar y pensó: “Debo prepararme para la conquista de estos bienes, ya que deben estar bien guardados por el valor que contienen”. Ni mucho menos, apenas encontró una ligera oposición militar, lo cual le permitió seguir avanzando por esta piel de toro mientras tras él fue dejando un nuevo país: El Al-Ándalus, unos nuevos Reinos: Granada, Córdoba, etc… Y una nueva religión: El Islam. Ya sólo quedaban los Reinos de León, Navarra, y Aragón, así como los condados Catalanes por conquistar. ¿La gente? Pues unos se adaptaron a ese nuevo gobierno, y otros sin embargo huyeron hacia el norte… con no sé qué esperanza.
En esas andábamos, cuando Almanzor cruzó el río Duero camino del norte, pasando por encima de Salamanca y Zamora como una ligera niebla de primavera. Y en un “plis-plas” haya por el 995 ó 998, y pese a Bermudo II (para más señas: el gotoso) –Rey de León, Galicia y Portugal- también llegó a León, y sí, también la asoló… menos la “Pulchra Leonina” que supo resistir, o Almanzor se rindió ante ella.
Mientras esto ocurría en la capital del Reino, a unas diez leguas al norte y en la montaña central de León, los pueblos aquí existentes iban notando con cierto temor el aumento de gentes de paso con noticias nada halagüeñas sobre una horda conquistadora venida del sur. Era para preocuparse, pues los graneros ya estaban preparados para recibir el incipiente y crudo invierno, también temieron por la proximidad de la matanza, y de quedarse sin los suministros necesarios que durante varios meses les proporcionarían la subsistencia. Las tropas que vigilaban estas tierras se encontraban en los castillos de Alba y Gordón para su defensa. Almanzor, vencido León, se encaminó por la vega del río Bernesga hacia el norte, al fin llegó a La Robla puerta de entrada a la comarca de Gordón, mas detuvo su caballo al ver las impresionantes murallas naturales que le cortaban el paso con sólo una pequeña garganta que le permitía   el paso franco, ahí mismo montó su campamento para poder estudiar el asalto a estas tierras. Mandó avanzadillas, pues era el lugar ideal para la celada, que regresaban tras las consabidas escaramuzas con los defensores. Después de estudiar en su jaima con sus jefes en qué estado se encontraba la situación y cómo afrontar el avance hacia esa inhóspita comarca, salió solo fuera de la jaima y notó una gélida brisa procedente del norte que le cortaba la cara… Ahí, se dio cuenta de que tendría que luchar contra el invierno con: la nieve que ya coronaba las cercana cumbres, el gélido frío, la lluvia, el barro que dificultaría su avance; además con el consabido gasto de provisiones, y que tal vez… (Pensó en silencio) por algo que no merecería la pena el gasto a realizar. Tras varias semanas de indecisiones y cuando la nieve ya era un cruda realidad, y que con su blanco manto cubría todo lo visible alrededor del campamento, Almanzor levantó el campamento y volvió grupas hacia tierras mejores, y más cálidas. Así, un día los centinelas Gordoneses descubrieron que ya no había enemigo que vigilar, ni del que temer; prestos dieron la buena nueva: “Almanzor, mas pero a Gordón non lo priso” la cual corrió como el Bernesga – de pueblo en pueblo- Mientras, Almanzor, en tierras más cálidas y montado en su corcel, esbozaría una sonrisa, quizás… y sólo quizás, pensando en el frío que pasarían los Gordoneses.